Metrópolis. Ben Wilson. Debate. Madrid. 2022
Ben Wilson no es urbanista, y aunque considera las que las rigideces del planeamiento urbano de la ciudad tienen su solución en la necesidad un cierto crecimiento espontaneo, lo ejemplos que detalla del mismo en Laos no son precisamente los más recomendables para una ciudad equilibrada y armónica. La armonía y la belleza no solo deben ser patrimonio de las ciudades clásicas como las del renacimiento italiano, sino que también pueden tener cabida en las ciudades contemporáneas del modelo Blude Runner que cita.
El historiador británico realiza un ameno e interesante recorrido por ciudades tipo desde la primera que se tiene referencia Uruk en Mesopotamia, hace 6.000 años, y las que se comenzaron a desarrollar en el valle del Éufrates como centro de intercambios comerciales, de innovación y de cultura. Al fin y al cabo, el concepto de ciudad ha permanecido constante en todos estos años, pese a que su configuración espacial se haya modificado tanto.
Un acierto en la redacción del libro es el mezclar momentos históricos y no analizar las ciudades que dan titulo a los capítulos como compartimentos estancos. Al hablar de Uruk se habla de Babilonia y también de Nueva York, y ello aumenta la riqueza del relato. Al final la ciudad como señala es al mismo tiempo, utopía y distopía.
Atenas y Alejandría marcan el segundo capitulo, y estas ciudades históricas tienen el común con muchas de las actuales que una parte importante de su población eran migrantes que habían ido engrosando la población originaria. Estas dos ciudades griegas marcan el inicio del ámbito del espacio público, el ágora, y también el sentido eclético y cosmopolita de los asentamientos humanos desarrollados.
En Tenochticlan-Mexico nos muestra una cultura totalmente diferente de la conocida hasta entonces que dejara de existir después del contacto con los europeos. Un siglo después Amsterdam se muestra como la ciudad del buen nivel de vida, del consumo que nos retrotrae a la actualidad. La ciudad financiera, ahorradora y liberal.
Lisboa y sus atrevidas conquistas por Asia y el Indico en busca del comercio de especias en Calicut y Malaca nos muestran también la convivencia entre la extrema riqueza y la pobreza, situación muy diferente a la que se vivía en Amsterdam.
Las ciudades de la extensa liga Hanseática, Lubeck, Hamburgo y las ciudades estado de Génova, Venecia y Florencia tienen también un gran recorrido que se basa principalmente en el comercio y en los avances financieros y de comunicaciones con los que obtienen suculentas ganancias económicas.
La referencia de Londres al café recorre todo el capitulo dedicado a la capital inglesa, quizá la parte menos interesante del libro. Manchester y Chicago comparten las puertas del infierno que Engels viviría personalmente en el siglo XIX, donde la explotación humana era la situación habitual en un relato ya clásico. De manera diferente en el Paris clásico nos encontramos con Baudelaire, Walter Benjamín y el flaneur, pero ello nos devuelve otra vez a Nueva York.
La ciudad destruida de Varsovia nos muestra como las ciudades pueden colapsarse, bien por la destrucción de la guerra o como las primeras ciudades sumerias por agotamiento de su entorno natural.
El capitulo dedicado a Los Angeles y a las ciudades que configuraron su metrópolis, en especial Lakewood, es uno de los capítulos más logrados del libro. Como ciudades organizadas entorno a fabricas de industria militar, de clase media blanca donde el automóvil es un instrumento obligatorio, van cambiando sus costumbres y se van abriendo racialmente a los millones de migrantes que van llegando a parir de los años sesenta.
No se si se puede poner a Laos, la capital de Nigeria con más de 20 millones de habitantes, como ejemplo de lugar donde la gente escapa de la miseria rural para mejorar su calidad de vida, como afirma Wilson, de forma similar a como esta ocurriendo en las ciudades chinas. El enorme crecimiento en ambos lugares se hace a costa de destruir los barrios que antes eran periféricos y que una vez reconstruidos forman parte de la ciudad, proceso de apropiación territorial en el que no se consulta a ningún vecino y donde la democracia participativa es precisamente una utopía.
La atracción de talento, servicios financieros, innovación y tecnología sigue siendo un componente importante de atracción de las ciudades, sobre todo de las megaciudades, pero no lo es todo. Ni siquiera Silicon Valley se salva de las duras criticas que le han dirigido en los últimos años. Las ciudades no solo son de los emprendedores con éxito, sino también de los desfavorecidos, que no tienen que resignarse a ser expulsados por no poder pagar el alquiler que el éxito de la ciudad les impone. En ese sentido las ciudades son cada vez menos propiedad de sus habitantes y más de la economía mercantil que nos globaliza.