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El sentimiento de desilusión y desencanto

OMAU - Málaga
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Dr.Andrado

El sentimiento de desilusión y desencanto

En el comienzo de la primavera de 2012 es fácil apreciar un sentimiento colectivo de desilusión y desencanto en el desarrollo de la vida cotidiana. La percepción de decepción, de aburrimiento o indiferencia de la población va más allá de la crisis económica y del comportamiento de las instituciones del estado o los principales resortes financieros como los bancos, llega a poner en cuestión uno de los principales aciertos que ha realizado España en los últimos 30 años, la entrada en la Unión Europea. Las encuestas de opinión son en ese sentido especialmente duras con la clase política. Es difícil creerse que se había conseguido un nivel de calidad de vida similar a Alemania, Francia o incluso haber superado a Italia, y encontrarse con la dura realidad actual, de la que con suerte no saldremos hasta dentro de algunos años, y que posiblemente a condenado a una generación de jóvenes a niveles de vida claramente inferiores a los de sus padres. La frustración y el hastío de la situación actual hacen volver la mirada hacia el pasado y observar qué cosas se han hecho mal desde la muerte del dictador y la llegada de la democracia pactada. Puede ser fácil criticar desde la lejanía la forma que adquirió la transición, renunciando a investigar el pasado. De hecho se ha hecho más en los últimos años que en los 25 anteriores, pero eso no obvia la cuestión de que en 1976-78 se llego donde las fuerzas democráticas podían e incluso estaban dispuestas a llegar. No hay indicios de querer llegar más lejos que a recuperar una simbología democrática al uso europeo. La fuerte reconversión económica de los ochenta se detuvo al alcanzar unos niveles que podían ser considerados como aceptables, en lugar de haber seguido en la senda ya evidente en los países industriales de la investigación y la innovación. Las rentas del suelo y de la burbuja inmobiliaria parecían un camino más fácil, y como un espejismo envolvió por igual a gobiernos de diferente color político. El boom de final de los 80 y principio de los noventa fue el aperitivo a lo que vendría después en la década “prodigiosa” de 1998 a 2007. En la espiral de la imprudencia el estado de las autonomías perdió la sensatez y se vio envuelto en unos niveles de gasto público irrazonables no solo por su cuantía económica, si no por la banalidad de muchas de sus representaciones estéticas. Ninguna institución pública dio señales de aviso, ni el Banco de España como era su obligación ante los desmanes financieros que se estaban cometiendo con el crédito fácil, ni las administraciones del estado, incluida la judicial que miraban para otro lado mientras se dilapidaban los mejores recursos naturales de la costa mediterránea al señor del ladrillo. La frustración de la situación actual sin embargo se mezcla con un deseo de vuelta a los años anteriores, con lo que el absurdo se transforma en disparate de tintes irracionales cercano al trastorno. “La Europa de la desilusión” de Claudi Pérez es un articulo que pone el énfasis en la frustración por el proyecto europeo nacido después de la segunda guerra mundial. También en EL PAIS, Angus Deaton desarrolla un interesante articulo sobre “la vida en tiempos de austeridad”, y Antón Costas en “llegar a mañana también es importante”. “España, capital Madrid” y “Existe el problema catalán?” reflexiona a través de la escritura de Cesar Molinas sobre qué proyecto es posible para España. Pablo Fernandez Berrocal, catedrático de Psicologia de la UMA nos señala en La OPINION que “España no supo reflexionar a tiempo, fuimos como nuevos ricos adolescentes”