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Icaria. Uwe Timm. Alianza de novelas. 2018

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Cultura


Icaria. Uwe Timm. Alianza de novelas. 2018

Charles Darwin señalaba que un científico no debería tener deseos ni afectos, solo un corazón de piedra. Con esta cita del naturalista británico empieza este trabajado libro que se desarrolla en la Alemania de los últimos meses de la guerra y en el personaje de un joven oficial americano de origen alemán cuya función será interrogar a los científicos alemanes relacionados con los procesos de higiene racial y de eugenesia que el régimen nazi inicio en los años treinta con el objetivo de purificar la “raza” aria.

Curiosamente una parte de los ideólogos “científicos” de la purificación racial que forma parte como unos de los protagonistas del libro, el conocido investigador Albert Ploetz, venían de una larga tradición socialista y habían convivido en las experiencias de comunas comunistas creadas en el siglo XIX en diversas partes de Estados Unidos con el nombre genérico de Icaria, y que se inspiraban en las corrientes socialistas utópicas inspiradas en gente como el frances Cabet.

Ploetz, protagonista real de la historia, muerto ya muy mayor en 1940 fue uno de los ideólogos que dieron pautas seudo científicas en algunos casos, y claramente demenciales la mayor de las veces, ya introdujo el termino “higiene racial” en 1895, fuente de donde beberían posteriormente los nacional ocialistas.

Cuando Ploetz estaba escribiendo sus primeros escritos sobre la ingiere racial, la mayor parte de los futuros dirigentes nazis no habían nacido o eran niños. Sin embargo la esencia del régimen nazi es precisamente una vinculación atávica a tradiciones imaginadas en el largo sueño nibelungo de guerras y supervivencias.

Lo que diferencia al racismo italiano y al nazismo alemán, no solo es que en el primero había una importante resistencia partisana, y una oposición que acabo con el gobierno de Mussolini después del desembarco aliado en Sicilia en 1943, a diferencia de Alemania que acabo derrotada en la destrucción total, y no capituló hasta que Hitler se suicidó.

La diferencia principal es precisamente el afán por la muerte y la extinción que el régimen nazi manejaba para su expansión territorial, y también para si mismos al no salir las cosas tal como preveían. O el Reich de los mil años, o la destrucción total de Alemania por la que opto el Hitler.

La obediencia ciega hasta el final enlaza con la “ponzoña” singular de la herencia nibelunga, tal como la denomina el escritor aleman. Como señala Timm los “Nibelungos que se beben su propia sangre en el salón en llamas pero cuya lealtad les hace aferrarse a hasta el último hombre. Un mundo tétrico.”

El mundo telúrico del nazismo ha salido ha relucir en muchas ocasiones, la preocupación del Himmler por buscar explicaciones delirantes sobre el dominio de la raza aria y su vinculación con las últimas glaciaciones que habían hecho resistente a la nación nibelunga a diferencia de la degeneración griega y romana.

De una interpretación ahistórica de la realidad se fijan mitos vinculados a los mas rancios recuerdos que son considerados como su piedra fundacional por los rectores del partido nazi.

Que una gente embrutecida y vulgar tuviese esas creencias ancestrales puede ser comprensible, pero que parte del mundo académico se viese implicado en ese mundo distorsionado puede parecer realmente sorprendente.

Martin Kitchen en su libro sobre Albert Speer señalaba: “Darse cuenta de que fueron estos individuos fundamentalmente decentes, con doctorados, grandes cualificaciones profesionales, cultura y responsabilidad cívica quienes lo hicieron todo posible resultaba muy difícil de aceptar. Puesto que sus manos no goteaban sangre y no estaban directamente relacionados con los monstruosos crímenes cometidos por el régimen nacionalsocialista, tenían sus conciencias inmaculadas. Superaron suavemente el proceso de desnazificación después de la guerra para integrarse rápidamente en la Alemania de postguerra tanto en el oeste como en el este."

Uwe Timm pone un ejemplo utilizado por la medicina nazi que consideraba que un coito “mixto” ya contaminaba a una mujer aria para el resto de su vida: “La “proteína ajena” es el semen de un hombre de otra raza. Durante el coito, la matriz femenina absorbe total o parcialmente el semen masculino, que pasa así a la sangre. Un único acto carnal de un judío con una mujer aria basta para envenenar la sangre de ella para siempre. Con la “proteína ajena” también ha recibido el alma ajena. Aunque se case con un hombre ario, jamás podrá tener hijos arios puros, solo bastardos en cuya sangre habitarán dos almas y cuyo aspecto físico denotará la raza mixta. ¡El causante y beneficiado de ese acto encubierto es el judío!

Que disparates como éste fueran proporcionados por científicos alemanes muestra el nivel psíquico que había alcanzado una cultura encerrada en la paranoia.

Realmente la extinción de los judíos formaba parte de esta estrategia. Y no solo de los judíos, sino de todas aquellas poblaciones consideradas infrahumanas como el conjunto de los eslavos.

La invasión de la Unión Soviética supuso formas de actuación militar no utilizadas en las campañas occidentales, de exterminio de poblaciones de forma premeditada. La ampliación del territorio del Reich hacia el este, su “espacio vital” suponía el exterminio de la población que lo ocupaba o su desplazamiento como mano de obra barata o esclava.

La eliminación industrial de aproximadamente seis millones de personas de religión judía, tuvo un equivalente similar en la población rusa muerta como consecuencia de la ocupación alemana, a la que habría que añadir los millones de personas de Polonia, Yugoslavia y otros países del este.

El horror sistematizado fue ocasionalmente vivido en occidente como cuando en junio de 1944 la división SS Das Reich acudía a reforzar las defensas de Normandía pocos días después del desembarco aliado y arraso el pueblo de Oradour-sur-Glane. Acostumbrada a los desmanes en el este europeo, la división acorazada alemana tuvo que volver días después a intentar borrar las huellas del genocidio para que no fuera conocido en Francia y occidente. Situaciones similares eran habituales en el este sin que nadie se preocupara por borrar huellas.

Timm que conoció de niño la posguerra describe con bastante exactitud lo que debió ser una situación de supervivencia general en una Alemania destruida, en la que solo niños, mujeres y ancianos recogían los escombros, mientras más de once millones de soldados prisioneros trabajaban en recuperar infraestructuras en Europa o incluso Canadá y Estados Unidos. Hasta 1948 no volverían los 8 millones de prisioneros de los aliados occidentales, y hasta mitad de los cincuenta no regresarían los supervivientes de los casi 4 millones de prisioneros soviéticos.

La convivencia entre ocupantes y alemanes, prohibida en un principio, fue el origen de la supervivencia de muchas mujeres y familias alemanas. Esa situación ya la habíamos conocido en otros libros o films entre los que hay que destacar el Matrimonio de María Braun de Fassbinder, pero lo esencial del libro de Timm es el concepto de guerra vinculada al exterminio que fue inherente a los objetivos y directrices del III Reich, basadas en injurias y rumores sin la mínima base científica de las costumbres atávicas de una raza única de admirables ejemplares de mujeres y hombres grandes, sanos y rubios, a los que por cierto no se parecía ninguno de los jerarcas nazis.

Algunos historiadores señalaron desde 1945 que la visión de los campos de exterminio arruino la imagen de Alemania, y que sin ese horror podría haber tenido una percepción bélica similar a la de Primera Guerra Mundial. Pero no es así, el exterminio estaba vinculado directamente a las acciones de guerra, formaba todo parte del mismo paquete que dejo desolada Europa y causó todavía después de la guerra millones de muertos por desplazamientos, por hambre o por frío.

La eugenesia no solo se utilizo en la Alemania nazi, en algunos estados norteamericanos (hasta 1967) y en algunos países nórdicos fue una situación legal que justificaba la eliminación y esterilización de personas con deficiencias físicas, mentales (no aptos en lenguaje oficial) o simplemente de etnias diferentes. En Alemania se calcula que fueron asesinados de esta manera cerca de 475.000 personas hasta verano de 1941 cuando el gobierno alemán paralizo estas políticas por la protesta de grupos de ciudadanos alemanes y de la propia Iglesia Católica.

Hay que tener en cuenta que esa población era alemana, no formaba parte de minorías religiosas o étnicas perseguidas por los nazis, de ahí la protesta de los propios alemanes, situación que no podía enturbiar el objetivo principal de aquel año, la invasión de la Unión Soviética.

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