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El traje nuevo del presidente Mao. Simón Leys. Ediciones el Salmon. 2017

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Cultura


El traje nuevo del presidente Mao. Simón Leys. Ediciones el Salmon. 2017

En 1971 el escrito belga Pierra Ryckmans con el seudónimo de Simón Leys publicó lo que sería la primera parte de una trilogía sobre Mao Ze Dong y la siniestra revolución cultural que impulso para salir del ostracismo entre 1967 y 1976, lo que le supuso el despreció y la crítica de la “intelligentsia” parisina de entonces, encabezada por Sartre, que en aquellos años vivía enamorada de la gran revolución y del antiguo presidente-poeta. Habían de pasar muchos años, hasta la televisada matanza de Tianammen en 1989, para que occidente tomase en consideración la realidad del régimen comunista, que pocos meses después saltaría por los aires en la versión soviética con la caída del muro de Berlín. Pero incluso a pesar de la brutalidad de las imágenes de la represión, solo la decrepitud del régimen y su ignorancia del poder de la comunicación puede justificar que se permitiera su retransmisión en directo, algunos maoístas rezagados señalaban que Deng Xiaoping  se comportaba como un brutal dictador, lejos de la imagen de apertura que dio aparentemente al tomar el poder, una vez termino con la banda de los cuatro y el propio Mao. En realidad Deng había asumido la propia represión a la que le sometió Mao, como propia, en una destacada apropiación de personalidad digna del síndrome de Estocolmo.

Para Leys este tipo de represión no se trata de comportamientos fascistas como defienden algunos opositores chinos, que se sitúan en otro momento histórico y socioeconómico, sino de un planteamiento marcadamente comunista, por lo menos en la tradición del socialismo real leninista. Los violentos reproches con que el establisment intelectual acogió su libro -fue acusado de ser agente de la CIA, George Orwell fue acusado de algo similar en 1937-, se han diluido con el tiempo y la constatación de que la revolución cultural solo tuvo el nombre de lo primero, y lo cultural fue un pretexto para impulsar la lucha por el poder que Mao había perdido en 1959. No era la primera vez que lo hacía, ya en los precedentes fracasados de los movimientos de “las cien flores” (1957) y el “ gran salto adelante” (1958) se habia buscado cohesionar al grupo dirigente al tiempo que se intentaba modernizar una economía muy atrasada aplicando con enormes errores su visión distorsionada de la realidad.

Sin embargo estos movimientos de consolidación del poder tomado en 1949 y la represión que supusieron no tienen comparación con el trauma que supuso para la población china  la revolución cultural (1967-1976). Leys señala que “el rasgo característico del totalitarismo es transformar una opinión en delito. El odio es el principio vector, el carburante principal, el vicio pervertido. Curtidos en el resentimiento, atrofiados en los dogmas hace tiempo trasnochados, encerrados entre las cuatro paredes de una concepción dualista y bidimensional del mundo” cierta “ inteligencia” actúan como tontos útiles del capitalismo, que a su vez se siente feliz con agoreros tan serviles. Curiosamente como señalaba Marx la historia se repite primero como tragedia y después como farsa, y hoy en día podemos tomar de nuevo notas de la impostura descrita por el escritor belga, que en un momento sarcástico, pero al mismo tiempo trágico señala que “ un enfermo mental, dos ideólogos y trescientos asesinos pueden tomar el poder y hacer una revolución .

Mao al igual que otros déspotas como Stalin, Hitler o Franco tuvo una vida un tanto sórdida, no tuvo la oportunidad de tomar contacto con las corrientes culturales exteriores a China, y su modesto nivel económico no le permitió como a conocidos suyos viajar o compartir conocimientos y diversidad con conocidos artistas o escritores. Aunque tenía la ocasión de estar cerca de los intelectuales chinos desde su trabajo de simple ayudante de biblioteca de la universidad, era una persona invisible para los demás. Su resentimiento hacia las personas que lo ignoraban tiene un reflejo de índole psicoanalítico en el tratamiento despiadado que dará la revolución cultural a los intelectuales.

La modernidad, la apertura a nuevas formas de cultura diversas es algo ajeno a Mao. Su visión del terruño provinciano y familiar marca su horizonte ideológico, alejado de la vida intelectual china. Su visión comunista de la vida es muy rudimentaria. Si para Lenin el comunismo es sinónimo de electrificación para Mao el valor espiritual tiene mayor valor que lo material. Sus lecturas infantiles de colosos que movían montañas se mezclan con la imagen colectiva de un futuro prometedor, como se aprecia en el cine de la época.

La línea de acción marxista-leninista pensamiento Mao Ze Dong es en este sentido una simulación de la realidad solo comparable al engaño que ofrece una personalidad basada en el voluntarismo y en el idealismo más simple, que se orienta por inspiraciones visionarias no por hechos racionales. Su falta de preparación e incompetencia para comprender lo que significa la toma del poder, la organización de un estado moderno y los caminos para salir del subdesarrollo económico se antojaban heroicos para Mao, que se refugia en continuas huidas adelante para enfrentarse a la realidad. En cada uno de los saltos se va dejando una parte del capital inicial que obtuvo en 1949, hasta llegar al momento fatal de la revolución cultural, su última oportunidad que termina con su muerte, ya con 84 años, la detención de la banda de los cuatro y un país desolado.

Los graves tropiezos económicos que comete primero en “las cien flores” y al año siguiente en “el gran salto adelante”, no solo rompen en pedazos el apoyo que inicialmente tuvo en el campesinado y en los pequeños sectores culturales chinos, sino sobre todo en el comité central del partido comunista, donde ya no podían tolerar la demencial conducción de la economía, que además junto a fenómenos naturales lastimosos para la agricultura, dejo entre 1958 y 1960 una hambruna que causo la muerte a millones de personas.

En 1959 Mao es obligado a dejar la Presidencia tanto del Estado como del Partido, siendo su puesto desde entonces honorario. Liu Shaoqi le sucederá con el apoyo de Deng Xiaoping. Matienen la imagen externa de Mao, pero lo apartan totalmente de la dirección del estado. Sin embargo, en su mediocridad Mao tiene un alma muy potente, la paciencia alimentada por el rencor y la venganza. Esperara lentamente, al tiempo que siembra su odio en las fuerzas leales que todavía le quedan en Shanghái y sobre todo en el ejercito. Sera éste el que impulsara el golpe de estado que le devolverá el poder en 1967, substituyendo el poder del aparato del partido comunista, al tiempo que se crean nuevas instituciones como los “jóvenes guardas rojos” que disponen de tribunales propios para realizar juicios sobre la marcha.

La ignorancia en el ejercicio del poder de Mao es una cosa y otra muy diferente su habilidad para moverse en las sombras, embaucar a unos y a otros, enfrentarlos –pocos años antes ya lo hizo Stalin en la URSS-, y después de años defenestrado, volver al poder con un ímpetu desmesurado para realizar los ajustes de cuentas tantos años soñados en compañía de su cuarta mujer Jiang Anying y sus colegas de lo que se llamaría la banda de los cuatro. En su venganza, los intelectuales van a ser los primeros que van a probar el destino que la revolución cultural les tiene preparado. Las delaciones forman parte de la miseria de la humanidad, pero en los regímenes autoritarios en extremo don de la vida esta en juego, cobran formas habituales. Si ya en “en el gran salto adelante” se produjeron juicios y arrepentimientos sumarios, en la revolución cultural estas situaciones se producen a diario. Personas que no tenían que ver con una situación determinada confiesan haber estado donde no estaban y se manifiestan responsables de cometer algo que no ocurrió. Da igual, tratan de salvar erróneamente su vida o la de sus familiares.

La economía se volvió a estancar de forma grave, la abolición de escuelas, instituciones y mercados sumió a China en un caos del que poco a poco el ejercito se fue distanciando, y en los últimos años hasta el propio Mao fue consciente de la catástrofe, dejando de la lado su propia banda de los cuatro. Ese es el apego y lealtad de los antiguos camaradas. La muerte de Mao en 1976 precipito la caída de la banda de los cuatro y la vuelta de Den Xiaoping. Sino se hubiera muerto hubiese sido apartado nuevamente del poder como en 1959, pero para hasta entonces no llega la narración de Simon Leys que describe con destreza los hechos acontecidos hasta 1971, y ciertamente poco conocidos tanto por la población mundial como sobre todo  por los propios chinos. Una de las características de las dictaduras sofisticadas en el cambio del lenguaje como nos enseño Orwell en “1984” es la reimpresión de las noticias y el cambio progresivo de la historia para asimilarla a los intereses propios. Posiblemente los chinos actuales tienen un nivel de desinformación histórica muy grande. Por edad pocos se acordaran de Tianamenn, pero menos todavía de la revolución cultural. Mao sigue siendo la imagen venerada a nivel retorico, nadie analiza o estudia en China que aporto a la revolución o como consiguió introducirse y llevar al país por caminos cercanos al infierno.


Curiosamente serian otros intelectuales que no sufrieron en sus carnes el delirio maoísta, los occidentales, los que precisamente apoyen y engrandezcan la figura de Mao, en cuya muerte se leyeron panegíricos que hoy en día nos provocarían algo más que vergüenza. El gran timonel se perpetuaba en las imágenes ridículamente idolatras de la cultura izquierdista europea. Incluso el director Jordi Ivens realizó un documental de 13 horas “ Cómo Yukong desplazó las montañas” (1976), una de las últimas declaraciones de fe maoísta en Europa que se pudo ver en el Festival de Cine de Autor de Benalmádena, ya lejos de “La Chinoise” (1967) de Godard que antecede la creación del grupo Dziga Vertov en plena catarsis maoista que le hace renunciar a todo su cine anterior. El reciente filme “le redituable” de Michel Hazanavicious (2017) pone de manifiesto de sarcástica no solo la desorientación vital que tiene el director suizo-frances, sino la adoración religiosa que tiene por el maoísmo, como si fuese algo elaborado y no un fake. Como sabemos no fue el único. Fueron muchos.

No hay muchos filmes que traten la revolución cultural. Se puede destacar al estupendo Zhang Yimou, tambien oscilante ideologicamente, en “Coming Home” (2014) donde un profesor de escuela es expulsado del colegio por los guardas rojos y tarda años en regresar de su nueva profesión de campesino. Pero ha pasado tanto tiempo que su mujer ya no lo recuerda, o no lo quiere hacer, y solo por la lectura de las viejas cartas de amor que nunca fueron enviadas, pero que el conservo, vuelve a tener una relación de afecto con su mujer. El mismo director en “To Live” (1994) muestra las acciones salvajes de los jovenes guardias rojos. Pero ni en estas peliculas, ni en “Adios a mi concubina” (1993) de Chen Kaige que dirige la camara con destreza, se pone un exceso de celo en la epoca de la revolución cultural. En “the last emperor” (1987 de Bernardo Bertolucci sigue la vida del antiguo emperador chino Aisi-Gioro Pu Yi desde que nace y es recluido con tres años en la Ciudad Prohibida por la nueva republica, hasta su trabajo como jardinero en un parque botanico durante la revolución rusa y la exaltación maxima de la personalidad de Mao. Bruno Cesari.

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