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"Voces de Chernobil, crónica del futuro" Svetlana Alexievich

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Cultura


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"Voces de Chernobil, crónica del futuro" Svetlana Alexievich

Voces de Chernobil, crónica del futuro. Svetlana Alexievich. Debolsillo. 2015

Diez años después de escribir este sobrecogedor libro, la escritora bielorrusa obtuvo el premio Nobel de literatura, motivo  por el que, posiblemente, se están editando sus textos, no muy conocidos en occidente. A menudo el término occidente, que no se corresponde ya desde el punto de vista físico con la antigua Roma, sigue siendo un término que define la cultura grecorromana pasada por el tapiz cristiano, pero también es sinónimo de desconocimiento de otras formas culturales, cuyo descubrimiento es quizá la mayor contribución del suculento premio de la Academia Sueca.

El desconocimiento de la excelente periodista bielorrusa, es también la ignorancia de los sucesos que en abril de 1986 tuvieron lugar con la explosión del reactor nuclear y las consecuencias que para millones de personas tuvo y tendrá en el futuro. Preparados para la guerra atómica, no podían ni siquiera suponer que el enemigo estaba en casa, y que la seguridad tan cacareada de una central nuclear es, al fin y al cabo, relativa, como años después volvimos a ver en Fukushima. Las consecuencias que Svetlana describe de la contaminación radioactiva son de una magnitud colosal, no sólo por el territorio condenado a no ser pisado, si no por el drama vivido por la cantidad de personas que tuvieron relación con la radioactividad, y sobre todo de los militares y bomberos que fueron utilizados para crear el sarcófago que cubrió el reactor. Alexievich compara Chernobil con las tragedias de la segunda guerra mundial, donde las tropas alemanas destruyeron casi 600 pueblos en Bielorrusia, casi los mismos que fueron abandonados en el verano de 1986. Más de cinco millones de personas se vieron afectadas por una explosión 200 veces más potente que las de Hiroshima o Nagasaki, motivo del aislamiento permanente de la zona, a diferencia de la ciudades japonesas donde la vida es habitual (también las bombas americanas explotaron a 600 metros de altura, con lo que la contaminación del suelo fue menor).

Especialmente se detiene en el relato de una joven embarazada de 23 años, que infringiendo las más elementales normas de seguridad, estuvo con su marido, uno de los primeros bomberos en llegar al desastre sin ningún tipo de protección, durante los catorce días que sobrevivió en el hospital a la contaminación que le iba carcomiendo rápidamente la piel y los huesos. No se podía acercar a el, no podía besarlo ni abrazarlo, pero ¿cómo no iba a hacerlo? Su marido ya no era un ser humano, sino un producto radioactivo fotografiado por la ciencia antes de ser sepultado en ataúdes de plomo.

Nunca más, decían también en Bielorrusia o Ucrania, como lo oiríamos después en el accidente del Prestige. Pero no sabíamos que ya lo decían en los territorios fantasmas de Chernóvil, al igual que lo decían los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki. Años antes, el excelente director de cine ruso, Andrei Tarkovsky, había rodado una inquietante película, Stalker, que describe la Zona como un lugar vedado a la presencia humana debido a que, en su interior, debió pasar posiblemente una catástrofe nuclear. El ritmo cadencioso de Tarkovsky mueve el miedo innato a algo desconocido, mientras que los textos de Alexievich y los recuerdos de las personas entrevistadas definen de forma cercana el horror atómico.

El periodismo sólido de la bielorrusa me recuerda al de Gay Talese, describe con precisión las secuencias que narra, se distancia de ellas, pero relativamente, porque la cercanía a los protagonistas y su forma de comprenderles es evidente y al mismo tiempo fascinante. La vida de las personas afectadas por la radioactividad, la mayoría muertas después de narrar sus recuerdos, se entrelazan con datos científicos de la catástrofe. Una forma de periodismo literario absolutamente atractivo. M4

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