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India, Primera mirada. Cuadernos del Paseante Invisible. Ignacio Jáuregui. Ignacio Jaúregui Real. 2009

OMAU - Málaga

Cultura


India, Primera mirada

India, Primera mirada. Cuadernos del Paseante Invisible. Ignacio Jáuregui. Ignacio Jaúregui Real. 2009

El libro de Ignacio Jáuregui “El paseante invisible” son impresiones, reflexiones sobre la marcha, apuntes del natural sometidos a un proceso de reelaboración literaria. Un cuaderno de viaje pasado a limpio, y después pasado a limpio, y después pasado a limpio.

Adjuntamos la entrevista de Periodista Digital.

Ignacio, para los que seguimos desde hace años tu blog “El paseante invisible” ha sido una noticia excelente la publicación de tu libro sobre la India. Somos muy conscientes de que es más un libro de viajes que una guía turística…

Pues sí. Los avatares editoriales han llevado a un formato pequeñito y manejable y, como suele pasar, lo que fue elección obligada ha resultado un acierto. Primero, porque se entiende más como un libro para leer y no como un ejemplar de lujo para la mesa del café. Y segundo, porque se puede llevar de viaje y leerlo in situ si se quiere. Pero, volviendo a tu distinción, no es desde luego una guía: ese campo se lo dejo con gusto a las nunca bien ponderadas Lonely Planet.

¿Por qué “El paseante invisible”? ¿Qué se esconde tras el enigma?

Hombre, enigma es una palabra muy retórica, yo preferiría hablar de discreción. Me gusta la idea de pasar por los sitios sin dejar mucha huella, de observar sin ser visto, de alterar lo menos posible la realidad que estoy queriendo conocer (es importante no engañarse al respecto, sin embargo: al turista se le ve venir de lejos). Pero la palabra tiene un aspecto más literario que quisiera explorar. Hay un libro muy hermoso y extraño que puede servir de ejemplo: Breviario Mediterráneo, de Predrag Matvejevic. Durante unas cien páginas el autor enumera hechos sobre los puertos, las líneas de costa, la fauna y flora, el color de las aguas del mediterráneo. Describe barcos y aparejos, ciudades y acantilados, monstruos marinos y recetas de pescado. No hay un juicio, ni un adjetivo que no sea funcional. La poesía, si está (y yo creo que sí) no es más que un perfume lejano. El autor no está por ninguna parte, se ha vuelto transparente.
 
Es un ideal difícil, un ideal discutible y un ideal que no sirve a todo el mundo. Yo me lo tomo como referente más que como objetivo: quisiera acercarme tanto como pudiera, pero sólo porque en el fondo estoy seguro de quedarme bastante lejos. Quienes me conocen saben que padezco de un ego cargado de opiniones, omnipresente y encantado de conocerse. Con tenerlo a raya y que no estorbe me conformo: lo importante, lo que debe quedar en el libro es lo que he visto (la India es, obviamente, mucho más interesante que yo). Digamos que El paseante traslúcido sería un título más honesto: las imágenes llegan al libro teñidas de colores más míos que suyos, pero básicamente intactas.
 
Te has decidido por la publicación a demanda a través de Internet, ¿dónde debe dirigirse el comprador?
 
No es del todo exacto: probé la publicación a demanda pura (esto es, la modalidad en que no hay stock físico, el cliente encarga su volumen y sólo entonces se imprime y se le envía a casa) pero no funcionó. Estoy convencido de que esta modalidad se impondrá a medio plazo, pero me ha dado la impresión de que el mercado español no está maduro para ello aún. Lo que he hecho es encargar una tirada limitada a una empresa que imprime a demanda a partir de 50 ejemplares, y distribuirla personalmente. No es una opción muy racional económicamente, pero hace posible la existencia al margen de las editoriales y sus filtros. El libro está disponible ahora mismo en varias librerías de Málaga. También se puede encargar por Amazon, aunque en ese caso el precio varía.
 
Un libro muy atractivo como regalo navideño, ¿Qué puede esperar el lector de las divagaciones del “Paseante Invisible” a través de la India?

En primer lugar, literatura. La aproximación literaria es radicalmente distinta de la documental o periodística, como una acuarela lo es de una postal. No es una cuestión de calidad o elevación, sino de medios y propósitos distintos.

Junto a ello, una firme voluntad de veracidad, el compromiso de no contar nada que no haya visto ni atribuirme experiencias de segunda mano, aunque eso suponga que algún pasaje quede cojo o mal rematado, o que brillen por su ausencia lugares importantes.
 
Y, como marca de la casa, cierta desvergüenza intelectual, la habilidad de enhebrar conclusiones vistosas a base de pocos datos, el desparpajo al darles forma. No es éste un género para espíritus rigurosos. Las armas más eficaces son las analogías, las reminiscencias, las oposiciones. Todo se parece a algo, todo recuerda a alguna cosa si prescindimos del color local: los fortines delirantes de los maharajas son el castillo de Neuschwanstein, los partidos nacionalistas funcionan igual que Esquerra Republicana, el capitán de la selección de cricket, cuya exclusión de la convocatoria provocó motines en su Bengala natal recuerda poderosamente a cierto número siete.

Estoy convencido, hasta que la realidad me desmienta, de que las impresiones así recogidas tienen valor y merecen la pena de ser leídas. Al menos las mías: si no, no me habría metido en esta aventura.
 
Has frecuentado lugares muy conocidos, pero en tu obra aparecen también espacios nada frecuentes en las guías turísticas…
 
No tanto, no. Tal vez será porque tiendo a medirme con gente que me saca muchos kilómetros, pero el caso es que no me considero un viajero especialmente intrépido. Al templo de las ratas en Deshnok (que puede ser quizá lo más llamativo en este sentido) me encaminó alguien que a su vez lo había oído de alguien. Cuando entras en circuitos de gente muy viajada nunca eres el primero en nada. Lo que sí hago es meterme por los recodos más raros de los sitios frecuentados, y fijarme en cosas distintas que otros, pero eso es una cuestión de enfoque más que nada.

Pero quisiera aprovechar esta pregunta para reivindicar la figura del turista. La distinción entre viajeros y turistas se ha convertido en un tópico de nuestro tiempo, una herramienta más para distinguirnos del vulgo y mirarlo desde arriba. Sí, hay quien viaja más pegado a guías y grupos y quien va más suelto, pero casi todos llevamos en el bolsillo el billete de vuelta: alguien que sabe qué día y a qué hora volverá a estar sentado en su escritorio no puede llamarse impunemente viajero. No, hoy todos somos turistas, y es hora de librar a la palabra del desprestigio snob a que vive sometida.

Estoy convencido de que la experiencia más común y compartida, la del viaje de vacaciones más o menos constreñido en itinerario y fechas puede procurarnos tantas riquezas como seamos capaces de extraerle. Se trata, sobre todo, de estar muy pendiente. El mundo contemporáneo ha reducido dramáticamente el umbral de atención, pero también ha aumentado la velocidad con que se registran los datos. Las impresiones del turista son rápidas, fragmentarias, necesariamente provisionales, pero no va de suyo que tengan que ser superficiales o erróneas. ¿Cuánto tiempo tardamos, en realidad, en saber si alguien nos gusta?

La India es en sí  un laberinto de contradicciones, tan carnal como espiritual, ¿cómo ves esta realidad a través de tu experiencia?

Hay un personaje de Ruth Prawer, un hippie alemán que está por la India de búsqueda espiritual. Se hace amigo del protagonista, que es un maestro de escuela agobiado por los problemas normales de la vida, y se empeña en hablarle de las puertas de la percepción, del velo de maya, del tercer ojo. El pobre hombre no sabe de qué le están hablando pero contesta como puede; el alemán interpreta cada obviedad patosa como una perla de sabiduría espiritual y se va satisfecho de haber conocido a un alma pura y profunda. Poco después el profesor acude con un colega a casa de un hombre santo y vive una experiencia profunda y renovadora. En ningún momento se le ocurre asociarla con las palabras que el hippie le decía la víspera.

Yo he viajado a la India con la imagen de ese alemán muy presente. Siempre me ha parecido profundamente ridícula la pretensión de ciertos occidentales de participar en rituales tan ajenos a nuestra cultura. Por decirlo con la sentencia inolvidable de Rafael Azcona, en uno de sus guiones para Berlanga: no creo en dios que es el único verdadero, y voy a creer en estas mamarrachadas.
 
No se trata de ignorar el aspecto espiritual de la India –sería difícil, este país produce espiritualidad como Suiza relojes- sino de mirarlo desde fuera (que es el único lugar posible para quien no pertenece), de forma desapasionada y ajena aunque no por ello con menos profundo interés o simpatía. Y bueno, la impresión que me traje mirando así es que, en contraste con los textos antiguos que son más filosofía que religión, los indios manejan una suerte de espiritualidad más bien devocional y ritualista, difusa de contornos, que tiñe todo ámbito y actividad pero con un tono diluído: uno nunca sabe decir si están rezando o lavándose los pies, o si lavarse los pies es, de algún modo, rezar. Y que lo que sea que hagan, lo hacen a solas: aun cuando veamos un millón de personas zambulléndose en el Ganges, se estará zambullendo cada uno por su lado. Consecuencia de ello, diría uno en primera observación, es que la vivencia religiosa no empapa de histerismo el ambiente. Y sin embargo...
 
Sin embargo...
 
Es un hecho que la violencia entre religiones se manifiesta aquí con una intensidad escalofriante, sólo menor, diría yo, a la que se infligen diariamente shias y sunnis. El problema que la existencia de este fanatismo plantea a un observador ocasional como yo es que le desmonta no sólo las ideas preconcebidas sino las conclusiones que saca de buena fe. Porque no se percibe, no hay manera de imaginar a esta gente tan mansa y delicada entregándose a las periódicas matanzas que se leen en la prensa. El tipo de brutalidad que sí se puede ver en el día a día, el desprecio absoluto al desdichado, una falta de empatía que haría parecer a los neoyorquinos monjitas de la caridad no sirve para entender los brotes de fanatismo, es de algún modo opuesto a él en su (una vez más) individualismo. En cierto modo queda como una de las frustraciones de este paseante, que se precia de sacar a las impresiones fugaces más jugo del que ofrecen, el no haber olfateado signos de estas tensiones que deben estar a flor de piel por la frecuencia con que saltan.

En un libro de estas características, la fotografía que jalona tus textos toma un papel muy relevante, ¿no es así?
 
No soy un fotógrafo experto; las fotos están tomadas con una cámara digital compacta en modo automático, y seguramente cualquier profesional podría sacarles defectos técnicos. Pero diría que tengo talento para el encuadre y cierto sentido de la oportunidad. Desde la época del blog he procurado que imágenes y textos se apoyen mutuamente, y en la maquetación del libro me he cuidado mucho de no perder esas referencias. Creo –y me dicen– que ha quedado un objeto muy estético, pero quisiera insistir en que se trata de un libro ilustrado, no un libro de fotos y dibujos.
 
Como estamos convencidos del éxito de esta publicación, ¿Podrías adelantarnos nuevos proyectos?
 
Como sabrás por ser uno de mis viejos lectores del blog, tengo material disperso de cien sitios, por lo que se trata de pulir y completar antes de que nuevos viajes ahoguen a los viejos en el recuerdo. Mis próximos objetivos serían, en la rama digamos exótica, un volumen sobre la ruta que hice por Méjico, Guatemala y Honduras en busca de ruinas mayas y otro, titulado La otra orilla que reuniría un viaje a Túnez ya casi escrito con el más reciente a Libia. Quiero también sacar tomos menores dedicados a ciudades. El de Praga está muy avanzado; de Hamburgo –una ciudad espléndida– tengo bastantes cosas pergeñadas, pero lo que me pide el cuerpo es medirme con Venecia, que es verdaderamente caza mayor.


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